UNO DE NOVIEMBRE

                             Foto C.C.G.


Tu vida se acabó,
cambió así la mía.

Que siendo otra cosa
aún no sé lo que es.

Así sin despedirnos
sin pensar que el final.
fuese  de este modo,
ni serlo tan pronto.

Realmente no quise
Imaginarlo nunca,
ni de ningún manera.
sabía que sería,
demasiado  trágico.

Me queda la imagen
con pétalos de rosa,
acariciando olas
hundiéndose contigo,

Guiándote por ese mar
tú patria más querida.

Hombre en la plaza



                                 Imagen de internet



Hombre en la plaza


Iba con la mochila al hombro, a paso vivo camino de la estación del ferrocarril, en mi trayecto atravieso una coqueta plaza de Sarria, que ahora es prácticamente peatonal.

Solo pasan los vehículos de la limpieza y los de los cuatro residentes que hay junto con los servicios para los comercios.

Quiero decir con ello que es un lugar muy tranquilo, donde siempre encuentras algún mayor leyendo el periódico aprovechando los rayos de sol otoñal.

Hoy al cruzarla he visto un grupo de alumnos de un colegio cercano, de esos que van uniformados en plan un tanto elitista, de colegio extranjero.
Estaban sentados en unos de los bancos, en los que caben tranquilamente cuatro o cinco personas de hechuras estrechas como las suyas y un par de pie.

Supongo que era la  hora del patio o estaban esperando haciendo tiempo, para la próxima clase, tenían delante a un viejo desaseado, explicándoles unas batallitas a las que no hacían ningún caso.

El hombre tenía necesidad de hablar y ellos ninguna de escucharle, entretenidos con sus pantallitas o sonriendo despectivamente de las historias del viejo de marras.

Iba con prisa, y no me he entretenido demasiado con la estampa, es habitual ver a los sin techo declarar sus principios a la gente joven, como descargándose de su situación social.

Han sido rechazados por los estamentos sociales, han perdido la conexión con el mundo real y deambulan sin rumbo fijo por toda la ciudad, viviendo en plazas con fuente y durmiendo en cajeros o soportales más o menos cálidos.

Al proseguir mi camino, en un banco en el otro extremo de la plaza, estaban las pertenencias del vagabundo, entre un viejo carrito de la compra, una manta con todas las manchas posibles de productos diversos, un cartón de vino y periódicos viejos, me ha llamado la atención un cochecito.

Concretamente, una reproducción, de esas a escala 1/32, de una vieja furgoneta con grúa, parecía un modelo de los años cincuenta, una vieja camioneta Chevy, Gmc o Ford.

Mientras seguía hacia la estación, me he quedado con esa imagen. Por qué formaba parte de sus pertenencias, una cosa tan fuera de contexto, en un desheredado de la fortuna.

¿La había encontrado y la guardaba para algún nieto? ¿Había sido gruista en un pasado incierto? ¿Era su última conexión con un mundo apacible, antes de darse a la bebida? ¿Se trataba de una suerte de amuleto?

Podía seguir preguntándome cosas, sin llegar a saberlo nunca, ni tan siquiera deducir la razón real de aquella pieza en su ajuar personal.

Por lo visto a distancia, era una pieza más de colección que de juego infantil, con lo que no parecía que se lo hubiera encontrado en la plaza abandonado por un niño, ahora lloroso por su pérdida.


Estando en estas cuitas, he regresado presto para preguntárselo, pero ya no estaba.

PASO DEL TIEMPO






                            Foto del autor



Salpicado de segundos,
perdía a los minutos
tras unas quimeras horas.

Que  me llevaban los días
sin cumplir con las semanas.

Esperando, que los meses
al fin me llevaran siempre

a  sumar un  nuevo año.

MAQUINA DEL TIEMPO








Fotos del autor

Máquina del tiempo

La maquina inexorablemente, iba marcando el rito del transcurrir del tiempo, en aquel tranquilo pueblo.
Los lugareños, se fiaban totalmente y escuchaban sus campanas, para ordenar las labores diarias.
La maquina tenaz y sin descanso, generación tras generación, abría y cerraba la jornada, solo los animales parecían indiferentes a su ritmo, fiándose más del sol.

Un viejo sacristán, se encargaba periódicamente de su cuidado, armado con su aceitera, le daba la gota justa de lubricante, para que cada ruedecilla se deslizase con suavidad en su imprescindible función para que el artefacto moviera la maquinaria.

No estaba previsto poder pararla, el tiempo no se atura nunca, su paso metódico no tiene ni pausa ni fin.

Por eso cuando llegó la orden, de atrasar el tiempo en una hora, las autoridades del pueblo, se echaron las manos a la cabeza. ¿Cómo vamos a parar el reloj? Se decían unos a otros, el alcalde, con el secretario del consistorio, con el cura párroco, el médico y el farmacéutico. Don Blás no, que estaba en la capital, donde también tiene casa.

Al maestro no le preguntaban porque era lago rojillo y siempre llevaba la contraria en todo, lo ponía en duda todo y no sabía nada de nada, siempre estaba cuestionándose las cosas, hasta la existencia de Dios ponía en entredicho, el muy sinvergüenza.

Pero la orden era de obligado cumplimiento, provenía de la capital del reino y hacía mención según indicaba el gobernador, de un acuerdo por el que se tendría, a partir de ahora, que tener el horario de Berlín.

Así pues se le dio la orden tajante al pobre Venancio, de atrasar el reloj o pararlo. Este con lágrimas en los ojos, como si sacrificara a un hijo, intentó mover las agujas pero no pudo, optó por bloquear el mecanismo y controlarlo una hora con su viejo aparato de bolsillo, única herencia de su padre, a su fallecimiento.

Cuando pasara la hora, quitó el pasador de madera con el que había obstaculizado la rueda principal, esta no se inmutó.

Siguió quieto parado, sin desplazarse, ni un asomo de vida, la vieja maquinaria se negaba a reemprender su cansado caminar.

El burro del tío Pancracio, se extrañó al ver las manecillas del Reloj sin moverse, pero sus sensaciones eran de volver a la cuadra.

Tancredo bajaba por la calle del torrente, con sus vacas cargadas y listas para ser ordeñadas, cuando vio que aún no era la hora, se rasco la cabeza sin sacarse la boina y sin saber qué hacer, hasta que las mismas vacas le empujaron hacia el corral.

Cuando al cabo de unos días el desbarajuste empezó a ser notable, se convocó una reunión de urgencia en el ayuntamiento, para tomar las medidas pertinentes.

Además había llegado un telegrama, vía motorista de gobernación, donde se conminaba al Excmo. Sr. Alcalde, que si en un plazo de 24 horas, no solucionaba su problema, sería destituido del cargo, enviando a una autoridad para hacerse cargo del municipio.

Asustado el alcalde, al no tener tiempo de arreglar sus asuntos, debido a un pequeño trapicheo con las obras de mejora y ampliación del puente que daba  acceso a la localidad, la primera medida que tomo fue hacer destituir por el párroco, al pobre Venancio, el cual desesperado se ahorcó con la cadenilla de su reloj de bolsillo. (Marca alemana de muy buena calidad).




El maestro fue convocado,  a pesar de las pocas simpatías que despertaba entre las fuerzas vivas del pueblo, pero reconociendo que su aportación como hombre de ciencia y cultura podía ser vital.

Se hizo un bando municipal, en el que se indicaba a la población, que lo tuviera, atrasara su reloj una hora, al cual dio voz por todo el pueblo, Antonio el pregonero.

Pero el reloj seguía parado y la pareja de la guardia civil, se ocupó de trasladar al ex Excmo. Sr. Alcalde, ahora Paco el de casa Amelia, por desobediencia con afán de perjudicar el buen funcionamiento de las órdenes superiores, a los lóbregos calabozos, del cuartelillo.



El párroco fue llamado a capítulo por el obispo de la diócesis, y ya no regreso nunca más.

El médico optó, de una forma sibilina, cambiar su puesto en el pueblo por una estancia en el balneario cuidando ricachonas artríticas.

El farmacéutico, tras encontrar la fórmula de la felicidad, al estar trabajando sin fin en la botica con su mancebo, por falta de horario final de jornada, se olvidó del tiempo.

El secretario, sigue escribiendo las actas, en las que se reconoce la incapacidad del consistorio para dar una respuesta eficaz a la demanda del señor gobernador.

El maestro, se sabe que está encerrado en la torre del reloj, por los aullidos en noches de luna llena.

Las mujeres del pueblo, estaban encantadas, de la primera a la última, de no envejecer jamás.

A todo esto, al sol no le habían dicho nada y seguía saliendo a su bola, como cada día.












UN TIPO NORMAL


                                   Foto de A.C.P.

Un tipo normal

Me he entretenido un poco en la estación, ayudando a una mamá primeriza, en colocar el cochecito en la escalera mecánica, eso ha hecho que perdiera el primer tren y llegara tarde a la clase.

Para no molestar, interrumpiendo el desarrollo de la misma, he decidido esperar hasta el descanso, tomando algo en el bar.

Ante la barra, he esperado mi turno, hasta que una chica con el pelo revuelto y sin dejar de prepara otros pedidos, afirmaba con la cabeza mi petición.

Tenía un aspecto malcarado, como si cada mañana le cerraran una puerta en sus narices. A pesar de ello  ha atendido con presteza, mi solicitud  de un café solo, con azúcar, a poder ser moreno.

Me lo he ido a tomar a las mesas repartidas por el patio interior ajardinado y con estanques habitados por unos peces rojo desvaído, que no se han dignado a mirarme.

Acompañado del murmullo de los surtidores y del leve rumor de conversaciones ajenas en mesas alejadas, me he tomado el oloroso brebaje, mientras leía la prensa del día.

Como aun tenía tiempo, he subido a la biblioteca, respirando ese aroma de papel  enmohecido, envejeciendo en antiguos anaqueles de maderas  nobles. Y he empezado a vislumbrar mi plan, aplazado por las circunstancias.

Instalado discretamente en un sitio, apartado de los demás para poder observarlos mejor, he admirado los altos techos decorados y las diagonales del suelo ajedrezado,  que han trasladado  mi vista hacia una mesa, en cuyos bajos  unas esbeltas piernas, enfundadas en unas medias color tabaco muy apropiadas para el otoño,  me han distraído de mi objetivo.

Para subir a la tercera planta, donde están las aulas, he optado por tomar el viejo elevador, con sus puertas correderas y banqueta acolchada, mientras en mis auriculares sonaba la trompeta de Miles Davis, interpretando precisamente “Un ascensor para el cadalso”.
Era lo más apropiado para mentalizarme y estar preparado para la realización plenamente satisfactoria de ejecutar a mi víctima, al final de la clase.

Gracias a mi actual caracterización, he pasado totalmente desapercibido en secretaría y en el aula.

Ahora es el momento de eliminar aquella profesora que permitió, y alentó, las risas contra mi gran obra en microrrelatos. “Sacó el cuchillo, la mató”. Donde tras un gran esfuerzo de síntesis, conseguí expresar en tal maravilla, no aceptada por los compañeros y su guía, todo lo que se había necesitado con cientos de páginas en “Crimen y castigo”

Me habían ensombrecido el ánimo, mi carrera emergente como literato, puesta en duda por aquella pandilla, merecían un castigo y para ella el más apropiado era una ejecución inmediata.

Así que tras solicitar una entrevista privada después de clase, para enseñarle un trabajo especial y recabar su atinado juicio sobre él, estoy acariciando el cuchillo, con un cierto placer sádico, mientras imagino su cara asustada ante su próximo fin.

Distraído en mis cosas, no he visto como tras contestar un mensaje de teléfono, comentaba que tenía que irse apresuradamente, dejándome con la palabra en la boca, se ha despedido con prisas.

Lo intentaré mañana.


LA PUERTA



                         Foto del autor



La puerta

Se abre una puerta
que no es una vida.

Traspasándola, nada
volverá a ser igual.

Ligeros sin mochilas
andamos mucho mejor.

Envueltos de espacio
más libres nos sentimos.

Sin saber si es nuestro
nos adentramos en él.

Muy agitados vientos
dificultan los pasos
que pretendemos andar,
esperando no perder
caminos iniciados.

Sin guía  que oriente
ni estrella nos vea.
perderse es tarea
que no debemos obviar.

Pues en esa pérdida
se halla nuestra razón.

Esa que olvidamos
saliendo alocados




"OTOÑO"




 Foto del autor


OTOÑO

Deja sí, que mis lágrimas
desciendan, por este rostro,

Para tras un adiós labial
formar parte del arroyo.

Esas aguas que dan vida
más allá de mis palabras.

Donde están bien felices
de saber su ignorancia,

Pues no hay mayor necedad
que reír sin poesía,
amar sin declamar versos,
o morir sin verbos tuyos.

gritados al sordo viento
que se me lleva el alma.



LA HABITACION


                    Imagen obtenida de Internet



La habitación era todo lo aséptica que se esperaba en un hospital, una decoración, que sin tener la rigurosa simplicidad decorativa y funcional de un diseño de Alvar Aalto. Era todo lo minimalista y sencilla que los tiempos requerían.

Frente a la  cama, puesta en lo alto, dominando la escena como antiguamente los santos cristos de rigor, una televisión de prepago reina en la estancia, marcando el paso del tiempo, cual reloj de cuco ofreciendo su espectáculo.

Cuando se acaba el depósito de dinero, vía cargo en cuenta por tarjeta de crédito, enmudece sin dar ningún tipo de explicación, dejándote en medio de un sesudo dialogo entre un presentador endiosado tras conocerse a sí mismo, en una noche orgiástica en que le han reído todas las gracias y una actriz presentando su último trabajo, a base de reír todas las estúpidas bromas que se le ocurran a la estrella rutilante.

Lo cual más de una vez no deja de ser un sabotaje que se agradece, pero cuando estás tumbada en la cama, viendo pasar el tiempo contando las botellas de suero que te van cambiando, cualquier cosa es una buena distracción, aunque prácticamente no la mires.

Por ello con la sensación de que estés más acompañada, te dejan con la tele puesta y se van con la conciencia más tranquila, cuando se ausentan para los múltiples recados que la vida cotidiana exige.

Sin fuerzas para apagarla si se queda encendida, voy aguantando todo lo que  va vomitando hora tras hora, todo el día y la noche, a veces puedo quitar el volumen gracias a la ayuda de una enfermera  magnánima.

Intentando leer, soportar el libro en mis débiles manos es difícil y tampoco se tiene en según qué circunstancia, el poder de concentración necesario para poder seguir la lectura con cierta comprensión.

Así, tenerla encendida, viendo a un señor exponiendo las noticias, enseñando las crueles imágenes de todas las desgracias más importantes acontecidas durante el día, pero no escuchándolo, le quita el tremendismo de la palabra y se puede suavizar en parte las malas noticias.

Lo que no podía imaginar es que esto no le gustara al presentador estrella de la cadena, que presentaba un programa de noticias con su inevitable tertulia orquestada  a su gusto, en horario de máxima audiencia.
Con lo 
que estando adormecida por los calmantes y sedantes administrados por todas las vías posibles, casi no se percato que el susodicho, abandonado su ventanica, se instalo sentado a los pies de la cama para declamarle de viva voz todo lo que me había perdido por no escucharle.

Con los pies aprisionados por el ego del sujeto en cuestión, sintiéndose invadida en mi más intimo espacio vital. Tuve que escuchar su verborrea imparable, contándome todo tipo de circunstancias desagradables, que no mejoraban en nada mi restablecimiento.

El tipo, como buen creído de su capacidad de síntesis de los acontecimientos más importantes que nuestro fantástico mundo era capaz de ofrecernos, no se quedaba tranquilo, si no oía un comentario elogioso a su vasto quehacer periodístico.

Aun estando en las brumas de una conciencia aguda, si estaba lo suficientemente consciente como para saber, de que ese tipo se estaba extralimitando en sus ganas de hacerse escuchar.

Deseando que se acabara el saldo del aparato y el elemento en cuestión fuera reabsorbido por el sistema, pero eso no ocurría tras muchos esfuerzos conseguí hacerme con el mando que estaba en la mesita de noche y apretar con mis escasas fuerzas el volumen, hasta la última raya donde se encontraba el cero.

Desesperado el presentador estrella se llevaba las manos a la garganta de donde habían empezado a desaparecer los vocablos hermosos y bien declamados, con los que solía engatusar a la audiencia.

Mientras llamaba con insistencia a la enfermera del turno de noche, para pedirle auxilio y que se lo llevara, seguía intentando apagar la televisión, pero él intentaba impedírmelo a base de tapar el sensor del aparato para que no recibiera la señal luminosa, que acabaría con su reinado.


Cuando al fin se presentó la enfermera de guardia, tras haberlo anunciado una hora antes por el  interfono, el presentador estrella había sido engullido por las ondas hercianas, dejando encima de la cama, a parte de la huella de sus posaderas, un montón de palabras inpronunciadas.

EN EL ARROYO


                       Recogido de Internet



EN EL ARROYO

El camino estaba despejado, llevaba un buen rato caminando, sin ver a nadie, a un paso ligero que me permitía llevar una buena distancia recorrida.

Desde que había partido, con la mochila cargada a la espalda, con toda la ilusión del mundo en ella, no había visto ni un solo ser humano.
Solamente un perro me había ladrado un buen rato mientras me acompañaba por un linde  que se suponía tenía que vigilar.

A medida que avanzaba el día, y el sol lo tenía más encima, la mochila se hacía más pesada y el sudor me corría por la espalda.

Tal como había visto en el mapa, teniendo en cuenta la distancia y los desniveles a salvar en el recorrido, tenía una buena caminata de un buen número de horas.

Cuando calculé estar a la mitad del recorrido, rodeado de montañas impresionantes, coronadas por un manto blanco que indicaban su buena altura, paré a retomar fuerzas, al lado de un arrollo de aguas cristalinas, fruto del deshielo.

Sentado sobre una piedra, con los pies dentro del agua, masticaba con gusto un bocadillo que me había hecho la mujer del hostal donde había pernoctado en el último pueblo.

En todo momento evitaba las rutas asfaltadas, haciendo el recorrido por caminos y senderos de tierra, que siguen uniendo los diversos caseríos, aldeas,  pueblos y vecindarios, por los que pretendía pasar.

Me quede contemplando mis botas, que ya empezaban a mostrar el desgaste por las millas recorridas, pensando si me iban a durar todo el recorrido.

Al oír una voz a mi espalda no me sobresalté, como hubiera sido lo lógico, porque en el fondo lo estaba deseando, era lo que me resultaba más duro, a pesar de

Ser un ser solitario, me gustaba encontrarme con gente del campo e intercambiar una palabras con ellos, ni que fuera sobre el tiempo que iba a hacer.

-         Buen día
-         Buenos días
-         ¿Qué descansando para poder seguir?
-         Sí, un alto en el camino. ¡Para reponer fuerzas!
-         ¿Conoce bien la zona?
-         No, es la primera vez que vengo por aquí, quiero llegar, hasta el monasterio, que hay en el otro valle.
-         No lo conozco, nunca me he movido de estos campos.
-         Pues yo no paro, siempre estoy de un lado para otro, buscando paisajes.
-         ¡Qué bien! Algo cansado por eso. A mí con este paisaje, tengo bastante, estoy muy a gusto.
-         Si, es un buen sitio.
-         Pero no veo que esté pintando nada.
-         Ah bueno, ahora aquí no, pero cuando me instale en el monasterio, si podré dedicarme, de momento solo observo por donde paso.
-         Pues qué bien,  tendrá que desandar lo andado.
-         ¿Y eso?
-         Esta es la zona más bonita.
-         Pero si no ha salido nunca de aquí. ¿Cómo lo sabe?
-         Digamos que lo sé y es suficiente para mí.
-         Entonces, no vale la pena que me llegue hasta la comunidad.
-         Bueno, es el único sitio donde le darán alojamiento.
-         Ya, pero si no hay motivos pictóricos, no me vale la pena quedarme.
-         Tiene alguna muestra de lo que hace.
-         Sí, llevo un cuaderno de apuntes y en la mochila unas telas sin marcos y las pinturas. Mire esto es desde aquel cerro de allí.
-         ¡Ah! Sí ya veo, por ahí hay una hierba muy buena y suave, baila con el viento y hace cosquillas cuando bajas por ese prado.
-         Bueno, eso no lo sé, me gusto la isla de amapolas en ese mar verde.
-         Las amapolas son malas hierbas, son amargas pero hacen bonito.
-         Encuentro estos campos maravillosos.
-         Lo son, aquí se está muy a gusto.
-         Pues no lo parece, pues no he visto a nadie en todo el camino.
-         La gente prefiere ir en coche, por una pista que asfaltaron cuando pusieron los postes de la luz.
-         Entiendo.
-         Podría sacar los pies del agua, es que quiero echar unos tragos.
-         Si claro, perdone.
-         ¡Está fresquísima!
-         Se va.
-         Sí, quiero ir tirando para la granja.
-         Pues que usted lo pase bien.
-         Lo mismo le deseo.

Mientras se alejaba con su paso cansino, meneando aquel corpachón tan abultado, me puse a pensar si valía la pena seguir mi camino, o me quedaba a tomar más apuntes al lado del arroyo.

Hice una toma rápida de sus posaderas mientras se distanciaba, tratando de memorizar sus tonos ocres con manchas amarillentas, la serenidad de su mirada la tenía bien gravada, como una conversación en la que no había salido el tema climático.

Al final opté por ir igualmente hacia el monasterio y me fui por el camino contrario al de la vaca.